El mes pasado defendí mi Tesis doctoral en sociología, una tesis centrada en el estudio de las trayectorias y comportamientos de la juventud, y en la que he prestado especial atención a la influencia que ejercen los grupos sociales. Mediante este post quiero introducir algunas cuestiones relevantes que surgieron del intercambio de impresiones que pude tener con los compañeros y compañeras de Daleph.

Antes de empezar, resulta pertinente recordar que la juventud, como cualquier otro colectivo social, es heterogéneo. Las implicaciones cotidianas son diametralmente distintas según se provenga de clase trabajadora o no, de un origen u otro, ser chico o chica, opción sexual, color de la piel, e incluso la edad dentro de los márgenes 16-29 años. Las experiencias y presiones que vivan irán marcando y sedimentando un itinerario vital determinado en unos y otros.

Son las políticas públicas las que se fijan como objetivo atender a las desigualdades, necesidades y malestares que afectan a este día a día de la juventud. La elaboración de una diagnosis (cuantitativa y cualitativa) es el paso inicial de todo diseño, pero en el caso de la juventud requiere tener en cuenta algunas consideraciones previas. Las dificultades añadidas son muchas, pero la mayoría radican en la transitoriedad de los sujetos afectados (e interpelados en el trabajo de campo).

En primer termino, esta transitoriedad afecta a los propios beneficiarios, pues los jóvenes objeto de diagnosis no llegaran a ser beneficiarios de las políticas más estructurales (programas, recursos, equipamientos, etc.) en tanto que jóvenes. Una transitoriedad que también afecta al seguimiento y evaluación de las necesidades por parte de los interesados, pues en unos años los participantes dejaran de ser jóvenes y variaran sus condiciones e intereses. Pero además, y negando la mayor, la diagnosis surgida de la participación de los agentes sociales juveniles parte de inicio de un sesgo de edad. Los representantes de entidades juveniles siempre son los de más edad y experiencia. Y el resultado final de las políticas de juventud, en la mayoría de los casos, acaba partiendo de la perspectiva de los adultos y respondiendo a los intereses y necesidades más cercanas a los jóvenes de 30 que a los de 16 años.

Una diagnosis cualitativa que diseñe el trabajo de campo de forma segregada por sexo, edad, clase y origen de los y las jóvenes puede enriquecer y aportar muchos elementos que quedan invisibilizados en la mayoría de diagnosis sobre la juventud. No se debe preguntar sobre sus intereses y necesidades, sino de forzarles a reflexionar sobre su día a día. Es en ese instante que aparecen las incomodidades, miedos, dudas y vergüenzas. Y lo más importante, y de forma reveladora: toman conciencia que sus sufrimientos no eran individuales, sino que son colectivos y estructurales.

En estos espacios emergen, por ejemplo, cuestiones como: la vulnerabilidad laboral, la preeminencia de los trabajos de cuidado informales o los trabajos sin cobrar; la falta de espacios cotidianos en donde participar de la toma de decisiones; la apropiación de la calle como único espacio de libertad; la falta de acceso a espacios de intimidad; las presiones que ejerce la publicidad sobre su cuerpo y su modelo de éxito; los tabúes y desconocimientos sobre sexualidad, o la influencia machista que ejerce la industria pornográfica en tanto que principal fuente de información sobre sexo, etc.

Estos espacios de participación permiten revelar las problemáticas que sufre la juventud, pero también la raíz de sus causantes. Es una participación que nos permite cumplir con el objetivo instrumental de desarrollar diagnosis más cercanas y profundas sobre las necesidades de (todos y todas) los jóvenes. Pero también aparece cumplido un objetivo finalista de la propia participación, no menos importante, como es la identificación de los propios problemas por parte de la juventud. Identificar los problemas personales en tanto que colectivos, es imprescindible para activar la búsqueda colectiva y empoderada de recursos y herramientas necesarias para superarlos.

Albert Martín

2 Comentarios

  1. Nadine March-Reply
    24 enero, 2017 en 21:33

    Gràcies Albert per aportar-nos aquesta reflexió. No vaig poder assistir a la presentació, però volia donar-te l’enhorabona per la teva Tesi doctoral. Tot plegat, m’ha fet pensar en la participació juvenil i els nous models no formals que estan sorgint. Formes d’organització més horitzontals i flexibles. Els joves volen ser escoltats i que se’ls facilitin espais per a compartir inquietuds, perspectives i necessitats. Fomentar la participació juvenil és dotar-los de capacitat de decidir sobre tot allò que els afecta, en tots els àmbits de la seva vida, tot allò que condiciona el seu entorn, el seu present i futur. Que els joves puguin participar en les polítiques de joventut i que puguin identificar els seus propis problemes i intentar trobar-ne en col·lectivitat una solució és fonamental. Gràcies per haver-me fet reflexionar!

  2. Montserrat Parramon-Reply
    25 enero, 2017 en 16:05

    El tema de la transitorietat que planteges al teu post m’ha fet pensar que sovint la velocitat és el problema. La velocitat amb que passen les coses, la de la pressa de decisions i la complexitat de l’operativa per posar en marxa actuacions que donin resposta a les necessitats identificades.
    Sembla que la transitorietat de la condició de jove obliga a un alt nivell d’eficàcia en les polítiques públiques adreçades a aquest col•lectiu.

Escribe un comentario