EL DESARROLLO SOSTENIBLE

El interés por el medio ambiente y la apuesta por su conservación y protección fueron recogidos por primera vez en los principios de la Declaración de Estocolmo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en esa misma ciudad en 1972.

Su objetivo se encontraba en ofrecer respuestas internacionales a los problemas en el entorno físico que afectaban a muchos países, y que no se podían abordar de forma aislada por cada uno de ellos, como el uso de pesticidas para aumentar la producción agrícola, la contaminación atmosférica provocada por las grandes industrias, los fenómenos meteorológicos extremos (sequías, inundaciones…), la superpoblación en algunos países en desarrollo…

Esta creciente sensibilización por las cuestiones que afectan a nuestro entorno fue evolucionando con los años, y se fue ampliando su dimensión: se pasó de una concepción de estos impactos desde un punto de vista exclusivamente relacionado con la naturaleza, con la ecología, el medio físico, etc., a la introducción de nuevas variables que les afectaban. Y de ahí a la identificación de sus consecuencias e impactos en la economía, los cambios sociales y demográficos, la salud de las personas y, en definitiva, las condiciones y los equilibrios que permitían la subsistencia de la especie humana en el tiempo.

Años más tarde, como respuesta a los crecientes problemas sociales y ambientales derivados de la globalización y la creciente brecha de desigualdad entre países, el interés por el medio ambiente se desplazó hacia el desarrollo sostenible.

El término apareció por primera vez en el Informe Brundtland, publicado en 1987, también llamado “Nuestro futuro común”. Este documento, elaborado para la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU, como parte de los preparativos de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, alertó por primera vez sobre las consecuencias medioambientales negativas del desarrollo económico y la globalización, tratando de ofrecer soluciones a los problemas derivados de la industrialización y el crecimiento poblacional.

La solución propuesta a estos retos era un nuevo tipo de desarrollo, o más bien una variación del modelo tradicional a la que se le llamó simplemente desarrollo sostenible.

El desarrollo sostenible es aquel que trata de satisfacer las necesidades actuales de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas.

Con el tiempo, la definición de desarrollo sostenible evolucionó hacia un enfoque más práctico, menos centrado en las necesidades intergeneracionales y más holístico. La Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible de Johannesburgo en 2002 determinó los tres componentes clave de este concepto: la protección medioambiental, el desarrollo social y el crecimiento económico.

Así pues, por desarrollo sostenible se consideraba la capacidad de:

  • Asumir que la naturaleza y el medio ambiente no son una fuente inagotable de recursos, siendo necesarios su protección y uso racional.
  • Impulsar el desarrollo social buscando la cohesión entre comunidades y culturas para alcanzar niveles satisfactorios en la calidad de vida, sanidad y educación.
  • Promover un crecimiento económico que genere riqueza equitativa para todos sin dañar el medio ambiente.

Sin embargo, las dificultades de combinar el desarrollo económico con la inclusión social y, sobre todo, con la sostenibilidad ambiental seguían sin resolverse. De hecho, no hacían sino agravarse con el paso de los años. Además, estas tres dimensiones resultaron insuficientes para reflejar la complejidad intrínseca de la sociedad contemporánea, en la que la cultura determina la forma de actuar de las personas en el mundo y afecta a su desarrollo. Los retos culturales como la creatividad, el conocimiento crítico, la diversidad y la belleza estaban intrínsecamente relacionados con el desarrollo humano, la libertad y, por tanto, la sostenibilidad.

Por eso, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible de 2012 (Río+20), los líderes mundiales comprendieron que el mundo necesitaba un enfoque radicalmente nuevo. Reconociendo que la formulación de objetivos podría ser útil para la puesta en marcha de medidas concretas y coherentes, acordaron abordar una transición de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) (establecidos en el año 2000 para su consecución en 2015) a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Los objetivos de desarrollo sostenible debían estar orientados a la acción, ser concisos y fáciles de comunicar, limitados en su número y ambiciosos, tener un carácter global y ser universalmente aplicables a todos los países, teniendo en cuenta las diferentes realidades, capacidades y niveles de desarrollo y respetando las políticas y prioridades nacionales.

La decisión de establecer unos ODS podría convertirse en una herramienta imprescindible para poner sobre la mesa una nueva agenda global que implicara a toda la comunidad mundial. No sólo a los gobiernos, sino también a las empresas privadas, los científicos, los líderes de la sociedad civil, las ONG etc.

Tras un proceso de negociación, el 25 de septiembre de 2015 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó en una cumbre celebrada en Nueva York, una Agenda que integra la definición y el despliegue de los ODS y que lleva por título “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible», que entró en vigor el 1 de enero de 2016.

Así pues, los ODS son la iniciativa actual impulsada por Naciones Unidas para dar continuidad a la agenda de desarrollo aprobada como continuación de los ODM, que incluye nuevas esferas como el cambio climático, la desigualdad económica, la innovación, el consumo sostenible y la paz, y la justicia, entre otras prioridades.

 

 

Eusebio Castañeda

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