Black Mirror y la digitalización

En su tercera temporada Black Mirror está dando el salto de las series minoritarias a aquellas que empiezan a cosechar el éxito del público. No lo tiene fácil: cada capítulo contiene una historia que no se encadena con el resto, perdiendo así uno de los atractivos fundamentales de las series televisivas: el ansia de saber qué pasará en la próxima entrega. Además, carece de protagonistas a los que amar u odiar, otro de los puntos fuertes de las buenas series televisivas. Pero sobre todo es el tono nihilista del que está impregnada la serie y que tiende a dejar “mal cuerpo” después de cada episodio lo que no ayuda a al enganche.

Sin embargo, me declaro un fan de Black Mirror: además de una extraordinaria calidad cinematográfica, la serie aporta una sugerente reflexión sobre el impacto de lo digital en nuestras vidas: la desaparición de la intimidad, la vida privada como espectáculo, la cosificación de los sentimientos, la liquidación del olvido, el gran hermano o la inteligencia no humana son algunas de las cuestiones que desgranan los capítulos.

Me consta que Black Mirror es la serie de cabecera de los directores de digitalización, uno de los perfiles más en boga hoy en día; no me extraña, da útiles pistas de por dónde pueden ir los tiros. No obstante, creo que la recomendación puede ir mucho más allá: La serie es muy ilustrativa de los riesgos (y oportunidades), no ya de lo que está por venir, sino de lo que ya ha venido.

Y ya que estamos de recomendaciones, para completar la reflexión sobre lo digital, ver Black Mirror y leer a Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia o El aroma del tiempo) me parece lo más.

Gregori Cascante

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